Meditaciones

PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA 
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Pecadores con guantes blancos

Martes 17 de junio de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 25, viernes 20 de junio de 2014

 

La puerta de salida de la corrupción es la petición de perdón, el arrepentimiento. Lo destacó el Papa Francisco el martes 17 de junio, por la mañana, al volver a afrontar el tema de la corrupción durante la misa matutina. «Cuando nosotros leemos en los periódicos —dijo al respecto— que este es corrupto, que ese otro es un corrupto, que cometió un delito de corrupción y que la tangente va de aquí y de allá, y también muchas cosas de algunos prelados», es «nuestro deber de cristianos pedir perdón por ellos», pedir al Señor que «les dé la gracia de arrepentirse, que no mueran con el corazón corrupto». Por lo tanto, «condenar a los corruptos, sí; pedir la gracia de no llegar a ser corruptos, sí»; pero «también rezar por su conversión».

El pasaje bíblico propuesto por la liturgia que inspiró la reflexión del Pontífice es el del martirio de Nabot, tomado del primer libro de los Reyes (21, 17-29). Del mismo, el Papa Francisco indicó tres aspectos «que hará bien meditar»: la definición de la corrupción, el destino de los corruptos y la posibilidad que estos últimos tienen de salvarse.

Respecto al primero, es el profeta Elías mismo, protagonista del relato, quien dice «claramente lo que hace el corrupto» dirigiéndose al rey Ajab, responsable de la lapidación de Nabot que se negaba a venderle una viña: «Has asesinado y pretendes tomar posesión... Te has vendido». En efecto, comentó el obispo de Roma, «el corrupto, cuando entra en este camino de la corrupción, hoy hace una cosa y mañana hace otra. Quita la vida, usurpa y se vende, continuamente». En práctica, añadió recurriendo a una imagen evocadora, «es como si dejase de ser una persona y se convirtiese en una mercancía». Es más, el corrupto «es precisamente una mercancía. Compra y vende: “Este hombre, sí, cuesta tanto: tú puedes comprarlo y puedes venderlo”. Esta es la definición: es una mercancía».

En cuanto al segundo aspecto —qué hará el Señor con los corruptos— el Papa recordó ante todo las tres categorías indicadas en la homilía del día anterior: «el corrupto político, el corrupto especulador y el corrupto eclesiástico», explicando que «los tres hacían daño a los inocentes, a los pobres; porque son los pobres los que pagan la fiesta de los corruptos. La cuenta va a ellos». Así, volviendo a la cuestión del destino de los corruptos, destacó que es el Señor mismo quien dice claramente en la lectura del día «lo que hará: “Yo mismo voy a traer sobre ti el desastre. Barreré tu descendencia y exterminaré en Israel a todos los varones de la familia de Ajab, del primero al último... Por la irritación que me has producido y por haber hecho pecar a Israel». En efecto, «el corrupto irrita a Dios y hace pecar al pueblo». Por ello el Señor recurre a expresiones fuertes respecto a Ajab, arquetipo de todos los corruptos, cuando Elías le profetiza que «en el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán los perros también tu propia sangre». No por casualidad, continuó el Papa, «María, cuando lee en su canto de alabanza la historia de salvación, dice que el Señor dispersa a los soberbios de corazón y derriba del trono a los poderosos». Y el motivo lo explicó Jesús mismo: «Cada uno de vosotros o alguno de vosotros que dé escándalo, sería mejor para él que lo arrojasen al mar». Precisamente así: «el corrupto escandaliza, escandaliza a la sociedad, escandaliza al pueblo de Dios». Y entonces «el Señor se enfada un poco con los corruptos, porque escandalizan, porque explotan a quienes no pueden defenderse, esclavizan». Como Ajab, pues, «el corrupto se vende para hacer el mal, pero él no sabe: él cree que se vende para tener más dinero, más poder. Pero se vende para hacer el mal, para matar».

Cierto, precisó el Papa Francisco, «cuando nosotros decimos: “Este hombre es un corrupto; esta mujer es una corrupta…”», deberíamos detenernos un poco a reflexionar, preguntándonos si tenemos las pruebas de lo que afirmamos. Porque, explicó, «decir de una persona que es un corrupto o una corrupta, es decir esto; es decir que está condenada; es decir que el Señor la dejó a un lado». Y siendo traidores, gente que roba y que mata, ellos corren el riesgo de atraer la «maldición de Dios, porque han explotado a los inocentes, a aquellos que no pueden defenderse; y lo han hecho con guantes blancos, desde lejos, sin ensuciarse las manos».

En todo caso, existe «una puerta de salida para los corruptos». Es la misma lectura la que la propone: «Ajab, al oír estas palabras, rasgó sus vestiduras, se echó un sayal sobre el cuerpo y ayunó. Con el sayal puesto se acostaba y andaba pesadamente. Comenzó a hacer penitencia». El Pontífice comparó la experiencia de Ajab con la de «ese hombre tan bueno, pero que había caído en la corrupción: el santo David. “¡He pecado!”. Y lloraba y hacía penitencia; se arrepentía». Por lo tanto, «pedir perdón» es «la puerta de salida para los corruptos, para los corruptos políticos, para los corruptos especuladores y para los corruptos eclesiásticos». En efecto, «al Señor le gusta esto»: perdona, pero lo hace «cuando los corruptos hacen lo que hizo Zaqueo: “He robado, Señor. Daré cuatro veces aquello que he robado”». De aquí la invitación conclusiva a rezar por todos los corruptos, pidiendo perdón por ellos a fin de que alcancen «la gracia de arrepentirse».


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